Visión de águila y seis maneras de mirar
En este artículo quiero desmitificar y relativizar los problemas. Tener una visión panorámica, cómo el águila.
En este sentido, el águila como animal de poder nos recuerda que debemos ver los problemas con perspectiva, desde las alturas, pero también nos lleva a tener en cuenta nuestra visión; es decir, a fiarnos de nuestra propia percepción.
La mente es un inmenso ordenador, a veces desordenado. Cuando se nos nubla, cuando enferma, te sientes indefenso, desorientado. Gracias a Dios está la familia y los médicos que te aconsejan y medican y poco a poco vas viendo la luz, pero a veces te sientes incapaz de hablarlo por miedo a que te incapaciten, entonces callas e intentas aceptar que tu mente es así, desordenada, diferente. Y aceptar que la gente no te entienda, y te mire diferente. Por eso tienes que ponerte una coraza y echar adelante, a pesar de las miradas, a pesar de tu diferencia. Y te haces fuerte y te capacitas para la vida con una mirada panorámica, encendiendo las luces largas. La visión del águila y te sientes capaz de empatizar con los que sufren y relativizar lo que consideras tu diferencia. Cuando enciendes las luces largas en tu visión de verte a ti mismo de esta manera, entiendes que no eres la única, que hay otros que sufren y se sienten diferentes. Como tengas las cortas, no alcanzas a ver por encima, a los demás, solo tu yo, tu mirada egocéntrica. Cuando si enciendes las luces largas, ves a los demás, y la dimensión del problema, de la diferencia, la ves desde otro ángulo. Al relativizar, no se sobredimensiona el problema, la diferencia se acorta. Pues ves que no eres el único y empatizas con el problema y diferencia del otro y el tuyo se hace más pequeño, se suaviza y te perdonas y vuelve la confianza a ti. Y la felicidad. Pues la felicidad al fin y al cabo es un suma y sigue, está lleno de pequeñas cosas que suman. Y al salir de ti y al ver al otro, su problema, su diferencia. Te das cuenta que el mundo es muy grande, global y lleno de personas que al fin y al cabo, viven como pueden y están en su lucha y al ver esto con visión panorámica, con visión de águila, te tranquilizas y suavizas los gestos que antes estaban en tensión y te permites un respiro en tu vida, en tu lucha porque has mirado con las luces largas, panorámica, visión de águila.
Luego hay otras miradas además de la corta y la larga, que veremos a continuación. ¿Y como es mi mirada? Pues más bien una mirada romántica, histórica, dentro de la mirada inteligente, me defino más con la voluntad y afectiva y busco la belleza y lo espiritual, que buscar la verdad; y la mirada como manifestación afectiva, ahí en esa visión ocular, creo que hay una conexión entre las personas afines y no afines, pues entran muchas apreciaciones y sentimientos, agradables y desagradables, pues conjugan el lenguaje verbal, no verbal, y el lenguaje subliminal.
Pero en definitiva, tiene que haber un tomar distancia y equilibrio entre ellas.
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Psicología de la mirada
Hay una diferencia clara entre ver y mirar, que se confunde en el lenguaje coloquial. Ver es contemplar lo que aparece delante de nosotros mediante la acción de la luz, es captar la apariencia de eso que está ante nuestros ojos. Es una sensación, en la que no hay advertencia intelectual ni consciente. En el mirar hay una tarea más precisa y concreta, fijamos la atención, observando con detenimiento a una persona, un paisaje o algo que se presenta ante nosotros; mirar es calibrar los detalle, hay cuidado, aprecio, detención reposada. Apreciar, atender, fijarse en lo superconcreto, prestar interés, juzgar. Existe la misma diferencia entre oír y escuchar, desear y querer: vamos de la superficie a la profundidad.
Voy a referirme ahora a seis miradas psicológicas y a su geografía:
1. La mirada corta. Es aquella que capta lo externo, la superficie. Es la inmediatez. Es el cortoplacismo. Me quedo estancado en eso y me centro en su realidad. No veo más allá de lo que asoma enfrente de mí. Es lo que se llama en inglés el short tern visión.
2. La mirada larga. Esto significa tener perspectiva, levantar la mirada y tener una captación panorámica de lo que sucede, es la visión del águila, que se eleva por encima de los hechos que nos suceden y somos capaces de relativizar, de quitarle a esos hechos su dureza. En pocas palabras, es saber poner las luces largas y tener una captación rica, amplia, ancha. Ni me hundo en la derrota, ni me pongo soberbio en el triunfo. En inglés es la 'long tern vision'.
3. La mirada romántica y la clásica. El romanticismo es un movimiento cultural que corresponde a la primera mitad del siglo XIX y consiste en la exaltación de las pasiones y los estados de ánimo más afectivos. Mientras que lo clásico, se refiere a la Ilustración, se da en el siglo XVIII y significa la entronización de la razón y los elementos de la lógica y del pensamiento. Voy a poner una comparación para entenderlo mejor. La persona romántica es aquella que describe la corriente de un río desde dentro, ella forma parte del torrente y el borbotón del agua sube por su cuerpo, está dentro de la corriente. Por el contrario, la persona clásica es aquella que describe ese fluir del agua desde fuera, hay una distancia y la descripción que hace es más fría, más desapasionada, más cerebral. Debemos tener la capacidad para vernos a nosotros mismos ni demasiado cerca ni demasiado lejos. Se trata básicamente de buscar la distancia mejor. Si vamos al Museo del Prado y vemos 'Los fusilamientos del 3 mayo' o 'El sueño de la razón reduce monstruos', de Francisco de Goya, y estamos solo a un metro del cuadro, los chafarrinones de la tela nos impiden ver la calidad del lienzo, por eso es bueno distanciarse unos metros y verlo en una cierta lejanía. Que sepamos vernos a nosotros mismo desde el patio de butacas. A una distancia entre afectiva y cerebral.
4. La mirada histórica. Paseo la mirada por los tres éxtasis del tiempo. Veo el presente y soy capaz de vivir el 'carpe diem' de Horacio: vive el momento, aprovecha el instante, saborea lo que aquí y ahora tiene delante de ti. Voy de excursión hacia el pasado y aprendo las lecciones que éste me enseña y, a la vez, me doy cuenta que la felicidad consiste en tener buena salud y mala memoria. Me reconcilio con las vivencias negativas de atrás y perdono y me perdono. No quiero instalarme en el rencor. Y seguidamente me proyecto hacia el futuro, sabiendo que siempre es la dimensión que tiene más porvenir y diseño objetivos concretos, realistas, que tiran de mí hacia delante. Normalmente, una persona se hace vieja cuando sustituye todas sus ilusiones por sus recuerdos, cuando empieza a mirar más hacia atrás que hacia delante.
5. La mirada inteligente. Es aquella que bucea, escruta, profundiza en las cuatro grandes dimensiones del ser humano: voluntad, afectividad, inteligencia y espiritualidad. La voluntad es la capacidad para ponerse uno objetivos concretos, medibles y luchar por irlos alcanzando. Es la joya de la corona de la conducta y el que la tiene bien educada, consigue que sus sueños se hagan realidad. La voluntad busca el bien. La afectividad corresponde al mundo de los sentimientos y las emociones y significa cómo nos impactan los hechos que nos suceden. La afectividad busca la belleza. La inteligencia es la capacidad para captar la realidad en su complejidad y en sus conexiones; es capacidad de síntesis. es saber nuestras fortalezas y nuestras debilidades. Definitivamente, la inteligencia busca la verdad. Y finalmente la espiritualidad, que nos ofrece respuestas decisivas a las grandes preguntas de la existencia: ¿de dónde venimos, adónde vamos, cuál es el sentido de la vida y de la muerte? y un largo etcétera. La espiritualidad busca la unidad. De aquí salen los llamados «trascendentales de los escolásticos»: (bondad, belleza, verdad y unidad).
6. La mirada como manifestación afectiva. Es lo que dicen los ojos. Estoy sentado en una terraza de verano saboreando una cerveza y alguien que está en la mesa de enfrente me mira sin parar, se ha detenido y no aparta sus ojos de mí. Existe un alfabeto ocular: sorpresa, rabia, indignación, desprecio, amenaza… amor, ternura, enamoramiento, admiración, alegría, miedo, ansiedad, pánico… Es un catálogo de sentimientos y emociones que deben ser interpretados mediante la palabra. Es el lenguaje ocular. Se mezclan en este apartado el lenguaje verbal (las palabras), el lenguaje no verbal (los gestos y ademanes) y el lenguaje subliminal (que se enmascara entre los dos anteriores y que es complicidad, acuerdo, como ideas comunes compartidas).
Hoy sabemos que todas las emociones tienen un correlato bioquímico. Así en la ansiedad está presente el cortisol, que nos prepara para la huida o la batalla. En el abrazo está presente la oxitocina, que es la hormona del bienestar. En la alegría aparece la serotonina y la dopamina, que siempre nos llenan de gozo. En la depresión asoma la adrenalina y la noradrenalina, que nos sumergen en la melancolía y si se asocian miedos y angustias diversas, vuelve el cortisol. El contacto visual nos hace conscientes de la persona que tenemos delante, de su estado de ánimo y de sus intenciones. Saber mirar es saber amar.
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